Clavos, tuercaas, tornillooos...



El título de esta obra parodia el pregón de un vendedor de feria gritando su mercancía a los cuatro vientos. Sobre una base de piedra oscura y ferruginosa, como recién salida del magma del planeta, se yergue una robusta figura de alambre retorcido en posición muy estable, muy sólida. La cabeza destaca por su elegancia, puesto que sobre una especie de gola de encaje metálico se encuentra una esfera decorada con finos esmaltes de colores muy vivos; la figura porta en su mano derecha una bandeja, formada por un resto de lata de conservas muy oxidado, y sobre ella aparece un globo terráqueo también polícromo. De nuevo nos encontramos con una rica disparidad de materiales, texturas y colores. El mayor colorido se concentra en la parte superior y  produce un acusado contraste con la inferior; es como una síntesis de nuestro planeta: el mineral inerte de la litosfera se ha transformado en materia viva; la monotonía de ocres oscuros, magmáticos, en policromía orgánica.
Pero, ¿qué nos ofrece este camarero con su pregón? ¿Nos invita a seguir devorando el planeta con toda la potencia de nuestra tecnología? ¿O, por el contrario, nos advierte de la delicadeza y el frágil equilibrio de la biosfera, tan diminuto en el conjunto de la Tierra y más diminuto aún en el Universo?
El autor dice:
“Toda una eminencia dentro de la tribu, fue compañero de fatigas del incansable Metamorfosis cuando regresaron a la Tierra.
Después de pasar largas y duras noches en aquellas barbacoas de la costa mediterránea, este reciclo, un gran especialista en el mundo de la cocina, aprovechó para fusionar los platos más típicos de su cultura, con las degustaciones domingueras que iba probando cada semana. Como resultado, creó una innovadora carta de delicatessen y un nuevo concepto en la cocina”.