El mensajero




 Materiales: resto de viga,trozos de tubería, ferralla, alambre, muelle. Medidas: 124x58x20cm. Año 2011
  Otra vez el garabato en el espacio; un nuevo recuerdo del personaje lorquiano (“Mirlo de alambre, garabato de candil”). Otra vez el volumen salido de la nada; la valoración de hueco como parte esencial de ese volumen.
En esta figura, como en tantas otras del autor, predomina la sensación de liviandad y dinamismo controlado pese a estar inmóvil; los brazos levantados y la “cabeza” inclinada son suficientes para imprimir a la obra un ritmo sereno acorde con el nombre del personaje, El Mensajero.
De nuevo unos materiales bien seleccionados, tratados y conjugados adecuadamente, se convierten en el vehículo de una expresividad muy sugerente y evocadora; sugerente de sensaciones e ideas, y evocadora de otros tiempos artísticos; evocación que nos obliga a buscar, en una especie de labor arqueológica, precedentes o parentescos con obras más o menos distantes en el tiempo.
Al observar la obra, el devenir del tiempo es otra vez una idea que acude a nuestra mente de forma inevitable. Está expresado mediante la corrosión que todo lo destruye, en alusión al tiempo exterior a nuestra intimidad, pero percibido claramente por nosotros en nuestro propio cuerpo; también lo expresa la espiral que a modo de cabeza, no solo genera un volumen en el espacio vació, sino que sugiere el desarrollo de nuestro tiempo mental, nuestro tiempo íntimo; el de los recuerdos que almacenamos y de nuestra misma evolución a lo largo de la vida y el de nuestras esperanzas de futuro. Evolución de nuestras formas de vivir y de ver el mundo, de percibirlo de preocuparnos por él, de vivirlo en lo más profundo de nuestro ser consciente e inconscientemente.
La figura de El Mensajero conecta con la de aquel Profeta que Pablo Gargallo creó hace ya casi 80 años, tanto en lo que se refiere a la disposición de la figura como, sobre todo, a la importancia que el hueco tiene en la generación del volumen. Pero también tiene algo de Cristo barroco con sus brazos abiertos y la cabeza inclinada en un rictus de agonía; incluso, aunque con más serenidad, al célebre Cristo de Günewald; no hay más que poner nuestra atención en esa especie de cuerpo desecho del que parecen asomar las costillas.
El autor dice de esta obra:  ¿Alegría o desesperación? El mensajero tan solo es un comunicador. ¿Profeta o mediador? El mensajero simplemente es un interlocutor”.